Sé que no querías hacerlo, pero finalmente lo hiciste. Me diste el sermón más bonito y triste que en la vida me han dado y acabaste cerrando la puerta de un golpe. Te fuiste y me dejaste con el corazón hecho trizas... ¡Y qué adiós tan amargo, amor!
viernes, noviembre 28
viernes, septiembre 5
Lo que fue y dejó de ser
Él me mira de reojo, se ríe y sigue conduciendo. Yo lo miro, y por un momento pienso en lo que un día fuimos. Fue algo bonito, lo reconozco. Una historia de amor en toda regla.
Él me quiso, yo lo quise, pero por alguna que otra razón, nuestra historia terminó. Y dolió.
Con el tiempo decidí no saber nada del amor y preferí centrarme más en mí misma. Y justo cuando menos lo esperaba, apareció alguien. Y yo, algo ilusa, volví a caer, pero no pude evitar acordarme de aquel amor, de aquel primer amor. Por un momento creí que nunca volvería a sentir lo mismo y tenía miedo. Me había vuelto fría, desconfiada, y temía que me volvieran a hacer daño otra vez, pero lo pensé dos veces y me arriesgué. Lo que nunca imaginé fue volver a sentirme así de nuevo, y me alegro mucho de haberlo intentado, porque de no ser por eso me habría perdido esta maravillosa experiencia.
Él me mira de reojo, se ríe y sigue conduciendo. Yo lo miro, y por un momento pienso en lo que un día fuimos. Y noto que algo ha cambiado, porque ya no lo miro de la misma manera. Nos hemos convertido en dos personas que esconden recuerdos juntos y comparten un cariño especial que nunca irá a más. Porque nos quisimos, sí, pero el destino nos preparó algo mejor por separado. Y entonces es cuando me doy cuenta de que no sólo es el primer amor el que deja huella, habrá más amores a lo largo de nuestras vidas que también nos hagan sentir eso que tanto anhelamos, y nos marcarán, unos más que otros, pero así será. Tal vez cada vez que amamos sea la primera.
Él me quiso, yo lo quise, pero por alguna que otra razón, nuestra historia terminó. Y dolió.
Con el tiempo decidí no saber nada del amor y preferí centrarme más en mí misma. Y justo cuando menos lo esperaba, apareció alguien. Y yo, algo ilusa, volví a caer, pero no pude evitar acordarme de aquel amor, de aquel primer amor. Por un momento creí que nunca volvería a sentir lo mismo y tenía miedo. Me había vuelto fría, desconfiada, y temía que me volvieran a hacer daño otra vez, pero lo pensé dos veces y me arriesgué. Lo que nunca imaginé fue volver a sentirme así de nuevo, y me alegro mucho de haberlo intentado, porque de no ser por eso me habría perdido esta maravillosa experiencia.
Él me mira de reojo, se ríe y sigue conduciendo. Yo lo miro, y por un momento pienso en lo que un día fuimos. Y noto que algo ha cambiado, porque ya no lo miro de la misma manera. Nos hemos convertido en dos personas que esconden recuerdos juntos y comparten un cariño especial que nunca irá a más. Porque nos quisimos, sí, pero el destino nos preparó algo mejor por separado. Y entonces es cuando me doy cuenta de que no sólo es el primer amor el que deja huella, habrá más amores a lo largo de nuestras vidas que también nos hagan sentir eso que tanto anhelamos, y nos marcarán, unos más que otros, pero así será. Tal vez cada vez que amamos sea la primera.
lunes, abril 7
Dame vida
Aquel día abrí los ojos con la esperanza de que todo hubiese cambiado, pero no fue así.
Mi vida seguía siendo un completo desbarajuste, un rompecabezas sin solución. Sentía un gran vacío en mi interior, un vacío que se hacía más profundo con el paso de los días. Y dolía. No hacía más que recordarme lo sola que estaba, y eso dolía aún mucho más.
Mi vida era un libro con espacios en blanco, un cuadro de Hopper, un ejemplo del mismísimo fracaso.
Estaba ansiosa por conseguir una respuesta, algo, alguien, que hiciese girar mi vida y me devolviera la ilusión que ya había dado por perdida. Pero no ocurrió.
Me volví frágil, distante, sin propósitos ni sueños a los que aspirar. Apenas tenía ánimos para seguir adelante, pero lo hice. No me quedaba otra opción. Comprendí que el tiempo es la mejor solución, siempre y cuando sepamos ser pacientes, que la vida es un recorrido con un número de vueltas que solo el destino es capaz de fijar. Y aunque alguna vez nos desviemos de la pista, siempre habrá algo que nos indique cómo volver.
Ahora convivo con la soledad, con un vacío insaciable, con unas ganas terribles de encontrar el carril del que me he extraviado y al fin poder gritar: "¡Sigo viva!".
Mi vida seguía siendo un completo desbarajuste, un rompecabezas sin solución. Sentía un gran vacío en mi interior, un vacío que se hacía más profundo con el paso de los días. Y dolía. No hacía más que recordarme lo sola que estaba, y eso dolía aún mucho más.
Mi vida era un libro con espacios en blanco, un cuadro de Hopper, un ejemplo del mismísimo fracaso.
Estaba ansiosa por conseguir una respuesta, algo, alguien, que hiciese girar mi vida y me devolviera la ilusión que ya había dado por perdida. Pero no ocurrió.
Me volví frágil, distante, sin propósitos ni sueños a los que aspirar. Apenas tenía ánimos para seguir adelante, pero lo hice. No me quedaba otra opción. Comprendí que el tiempo es la mejor solución, siempre y cuando sepamos ser pacientes, que la vida es un recorrido con un número de vueltas que solo el destino es capaz de fijar. Y aunque alguna vez nos desviemos de la pista, siempre habrá algo que nos indique cómo volver.
Ahora convivo con la soledad, con un vacío insaciable, con unas ganas terribles de encontrar el carril del que me he extraviado y al fin poder gritar: "¡Sigo viva!".
lunes, enero 13
Castillos de arena
Leo un libro. O eso creo.
Estoy en una de las mesas de la cafetería que habíamos dicho, pero aquí no hay nadie.
Son las dos y media. Llega tarde.
Pido un café y sigo leyendo.
Hace cinco años que no nos vemos. Cinco años. Sí, es mucho. Hace cinco años del mejor verano de nuestras vidas, o al menos de la mía.
Éramos jóvenes, alocados, algo ingenuos. Niños, prácticamente. No hacíamos más que corretear de un lado para otro, o construir castillos en la orilla del mar. Vamos, dos saltimbanquis en plena acción.
Tenía algo que me gustaba. Algo. No sé el qué. Tal vez aquella sonrisa, siempre tan pícara. O algo más. No lo sé.
Nunca se lo llegué a decir. Tenía miedo. Javier había crecido conmigo, era mi mayor aliado, mi mejor amigo. No podía tirar aquella relación por la borda.
No sé si él sentía lo mismo. Nunca hablábamos de esos temas. Nosotros preferíamos los cromos y las bicis antes que cualquier otra cosa. Y con eso éramos felices. Felices, juntos.
El minutero anotaba las menos veinte pasadas cuando entró en el local. Me buscó rápidamente con la mirada, pero no tardó en encontrarme.
No pude evitar sonreírle. Tenía el mismo aspecto de siempre, aunque ya no era un niño. Ahora era un hombre, un hombre apuesto e irresistible.
A medida que se acercaba, metí el libro en mi bolso y me puse en pie. Estaba nerviosa. Y mucho.
Me miró con aquellos ojos, aquellos que tanto me desconcertaban, y no tardé en lanzarme a sus brazos. Nos fundimos en un cálido abrazo y, por un momento, creí haber regresado a la casa de la playa, a aquel verano de ensueño.
Al cabo de unos minutos estábamos sentados uno frente al otro, charlando y riendo como siempre. Con unas tapas sobre la mesa y un sentimiento que ya daba por olvidado.
Ahora recuerdo qué era lo que tanto me gustaba de él. Tal vez aquella sonrisa, siempre tan pícara. O tal vez cómo me hacía sentir cuando lo tenía cerca. No lo sé. Solo sé que me gustaba.
Pero ahora no había castillos que construir, sino muros que derribar.
Estoy en una de las mesas de la cafetería que habíamos dicho, pero aquí no hay nadie.
Son las dos y media. Llega tarde.
Pido un café y sigo leyendo.
Hace cinco años que no nos vemos. Cinco años. Sí, es mucho. Hace cinco años del mejor verano de nuestras vidas, o al menos de la mía.
Éramos jóvenes, alocados, algo ingenuos. Niños, prácticamente. No hacíamos más que corretear de un lado para otro, o construir castillos en la orilla del mar. Vamos, dos saltimbanquis en plena acción.
Tenía algo que me gustaba. Algo. No sé el qué. Tal vez aquella sonrisa, siempre tan pícara. O algo más. No lo sé.
Nunca se lo llegué a decir. Tenía miedo. Javier había crecido conmigo, era mi mayor aliado, mi mejor amigo. No podía tirar aquella relación por la borda.
No sé si él sentía lo mismo. Nunca hablábamos de esos temas. Nosotros preferíamos los cromos y las bicis antes que cualquier otra cosa. Y con eso éramos felices. Felices, juntos.
El minutero anotaba las menos veinte pasadas cuando entró en el local. Me buscó rápidamente con la mirada, pero no tardó en encontrarme.
No pude evitar sonreírle. Tenía el mismo aspecto de siempre, aunque ya no era un niño. Ahora era un hombre, un hombre apuesto e irresistible.
A medida que se acercaba, metí el libro en mi bolso y me puse en pie. Estaba nerviosa. Y mucho.
Me miró con aquellos ojos, aquellos que tanto me desconcertaban, y no tardé en lanzarme a sus brazos. Nos fundimos en un cálido abrazo y, por un momento, creí haber regresado a la casa de la playa, a aquel verano de ensueño.
Al cabo de unos minutos estábamos sentados uno frente al otro, charlando y riendo como siempre. Con unas tapas sobre la mesa y un sentimiento que ya daba por olvidado.
Ahora recuerdo qué era lo que tanto me gustaba de él. Tal vez aquella sonrisa, siempre tan pícara. O tal vez cómo me hacía sentir cuando lo tenía cerca. No lo sé. Solo sé que me gustaba.
Pero ahora no había castillos que construir, sino muros que derribar.
martes, enero 7
Alerta roja: corazón roto.
Lo perdimos todo: la compostura, el respeto, y cómo no, el amor. Nos dejamos llevar por una batalla que no acarreó más que daños y prejuicios. Y así, un portazo y un par de maletas sentenciaron el final de aquella historia, aquella que fue nuestra.
En aquel momento odié mi vida, lo reconozco. Estaba hecha un alma en pena, deambulando de aquí para allá con la esperanza de oírte llegar a casa dispuesto a abrazarme. Pero por mucho que lo deseara, tú no ibas a regresar. Te habías ido para no volver.
Poco a poco me acostumbré a tu ausencia, pero no fue nada fácil. Aunque quisiera continuar, por mucho empeño que pusiera, siempre había algo que me recordaba a ti. Algo. Por muy insignificante que fuera.
Con el tiempo aprendí que no podemos vivir a la espera de que ese alguien regrese, aunque duela, aunque apenas queramos aceptarlo. Es así. Esa es la verdad. Y por mucho que nos cueste asumirlo, debemos seguir sin mirar atrás, sin arrepentimientos ni lamentaciones. Ya la vida nos obsequiará con algo mejor, algo que llene ese vacío que resulta insaciable.
jueves, diciembre 26
Tardes de Diciembre.
Es Navidad. No llueve, pero hace un frío que pela.
Las luces del puerto se encienden nada más dar las ocho, y los garitos comienzan a llenarse tras una intensa tarde de compras. Los niños corretean de aquí para allá mientras sus madres charlan y toman café. Yo sigo el panorama desde un banco, con un cartucho de castañas y un chocolate de mi cafetería preferida.
Miles de parejitas pasean de la mano enamoradas; desde las más jóvenes hasta aquellas con mayor experiencia. Recorren las calles ilusas disfrutando su amor, y yo no puedo evitar sentir una envidia descomunal. Le doy un sorbo al chocolate y empiezo a recordar lo que era sentirse así: querida.
Recuerdo la última vez que estuve con alguien, la vez que paseé de su mano como lo hacen todas esas parejitas. Me entran escalofríos tan solo recordarlo. Hacía ya mucho de eso y, hasta ahora, no me había dado cuenta de lo sola que estoy.
En todo este tiempo me he convertido en alguien fría, distante, que solo tiene ojos para otros vínculos, excepto para el amor, ese amor que muchos necesitamos en más de una ocasión. Tal vez la razón de haberme vuelto así sea que muchas veces he caído a los pies de la persona incorrecta, o el simple rechazo… o tal vez la experiencia me haya dado a entender que la vida en pareja no es lo mío, por ahora. No lo sé. Lo que sí sé es que quiero protagonizar una historia de amor con alguien que verdaderamente esté dispuesto a soportar mi mal genio y sepa cómo actuar cuando mi nivel de arrogancia esté surcando el cielo. Sé que suena muy cursi y no quiero sonar como una princesita de cuento, pero hablo muy en serio. Estoy cansada de vagar con la esperanza de que alguien, un día, decida pasar su tiempo conmigo. Pero, desgraciadamente, ya he pasado por muchas situaciones en las que no he escuchado más allá de un "No podemos estar juntos" o un "Te quiero, pero no". Y, precisamente, de eso es de lo que estoy cansada. De estar ahí para alguien que apenas tiene ojos para mí, de alguien que no entiende que, a veces, ese "vacío interno" se compensa con el amor que una persona te puede aportar.
Pero como ya me he dado por vencida, aquí estoy, hecha un lío por no saber qué rumbo seguir. Con un chocolate ya frío y unas ganas de echarme a correr tremendas.
Así que mi reflexión y yo nos vamos a casa a descansar y olvidar ⎯aunque sea por muy poco tiempo⎯, que vuelvo a pasar otra Navidad sin una mano a la que agarrar en tardes como la de hoy.
martes, diciembre 3
Y así nos cegó el amor.
Probablemente no leas esto. O sí. Ojalá lo hagas.
Me dejaste, con una ilusión marchita y un corazón medio roto. Me dejaste sola, vacía, con unas ganas terribles de ir en tu busca y mil promesas hechas añicos. En cambio tú seguiste, como era de esperar. Seguiste con tu vida y te aferraste a los brazos de otro alguien, otro alguien que te dio todo el amor que creíste dar por perdido.
Yo nunca pude refugiarme en otro yo, pues aún no me sentía lo suficientemente fuerte como para sujetar la mano de alguien que no llevara tu nombre. Pero seguí con mi vida, a pesar de lo que suponía tu recuerdo.
A día de hoy eres más que un recuerdo. Eres la persona con la que, por un momento, quise compartir todo mi tiempo. La persona por la que más he luchado y a la que más he amado. Y eso, por mucho tiempo que pase, no se olvida.
Por eso, si algún día lees esto, quiero que sepas que te estoy muy agradecida, y no sólo por soportar mi mal genio, sino por darme la oportunidad de quererme sin excepciones.
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