"Desde esta orilla no escucho tu voz"

Me dijo que se llamaba Aguamarina y me dio un vuelco el corazón.
Tenía los ojos más cautivadores que en mi vida había visto y unos cabellos rojizos con destellos más claros a la luz del Sol.
La última vez que la vi me besó las mejillas y me saludó con la misma sonrisa de siempre.
Llevaba un vestido de color verde, como cada Jueves, con las piernas al descubierto y su larga melena al aire.
Cada mañana corríamos por la playa como dos adolescentes enamorados. Parecía que estábamos hechos el uno para el otro, y a mí me tenía completamente embrujado.
Nos revolcábamos en la arena con la única intención de ver el Sol asomarse para luego comenzar nuestro repertorio de anécdotas. Muchos me conocían como 'el hombre extraño' por preferir escuchar a una mujer en lugar de desvestirla. Yo sin embargo jamás presté atención ante semejante estupidez.
Ella me agarraba la mano y yo sentía ser el hombre más afortunado del planeta. Me enamoraba aún más cada vez que reía, cada vez que se formaban dos pequeños hoyuelos a ambos lados de sus labios.

Aquel día la esperé en la orilla tras su demora. Se dirigió hacia mí con el rostro frío y apagado. Me sujetó ambas manos y rompió a llorar. Jamás entendí el por qué, pero me dejó. Me envolvió entre sus brazos y luego corrió lejos. El corazón se me sobresaltaba.

Hoy vive conmigo su recuerdo. Nunca olvidaré cómo nos revolcábamos en la arena con la única intención de ver el Sol asomarse para luego comentar nuestro repertorio de anécdotas, pero tampoco olvidaré cómo brillaban sus ojos cada vez que pronunciaba mi nombre.