Abro la cajetilla de tabaco y saco un cigarrillo.
Es invierno.
Llueve.
Recuerdo la vez que te traje aquí por primera vez. Sí, precisamente fue el día que nos besamos.
Tú me mirabas de reojo, incrédula, y yo sabía que había dado en el clavo llevándote a aquel lugar.
Me rodeabas con los brazos, estrechándome fuertemente contra tu cuerpo, y yo procuraba no sonrojarme. Lo cierto es que estaba loco por ti, totalmente, y ya no había manera de bajarme de la nube.
Recuerdo también que llovió. Y bailamos. Y nos amamos.
Y después de tres semanas de llamarnos a altas horas de la madrugada, de un maratón de cine cada Martes, de una docena de rosas rojas, y de besarnos en el portal de tu casa cada noche, decidí entregarme a ti. Y nos amamos, nos amamos aún mucho más.
Ahora abro la cajetilla de tabaco y saco un cigarrillo.
Es invierno.
Llueve, llueve y tú no estás aquí.
¡Qué simple y maravillosa forma de contarnos esta historia!
ResponderEliminar¡Me encantó!
La verdad es que no sé exactamente que tiene la lluvia que a todo el mundo les hace ser más dulces, estar más sensibles, por eso echas más de menos que de costumbre :)
ResponderEliminarIncreíble
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